Las vacaciones se acercan y con ellas, mi merecido descanso
blogueril, pero como todavía me queda algo de carrete antes del cierre estival,
hoy os traigo la última película, de aquel maratón un tanto fallido. Esta cinta
no estaba tampoco dentro de las 6 películas iniciales, pero como ya sabéis que
la cosa no estaba yendo del todo bien, fue otra de las modificaciones que decidí
hacer, escarbando un poco en el catálogo de Filmin. La verdad es que es lo
mejor que pude hacer porque estas variaciones mejoraron ligeramente el
resultado final de mi visionado.
See no Evil (1971), conocida en España como Terror ciego, es
un thriller psicológico británico, de ese casi establecido subgénero de mujeres
con algún tipo de discapacidad que son acosadas en su casa por un
perturbado/psicópata. Protagonizada por la delicada Mia Farrow, tras la estela
del éxito de Rosemary’s Baby (1968), nos pone en la piel de Sarah, una joven
que se ha quedado ciega, tras sufrir un accidente de equitación. De vuelta a la
casa de campo en la que vive con sus tíos, la joven comienza a acostumbrase,
poco a poco, a su nueva situación. En una de las salidas con su antiguo novio,
un psicópata entra en la casa, masacrando a toda la familia. A su regreso,
Sarah se va a la cama sin percatarse de que el lugar está plagado de cadáveres.
La cinta fue dirigida por el prolífico Richard Fleischer, con
un guion de Brian Clemens. Fleischer, que tocó casi todos los géneros durante
su extensa carrera, es especialmente conocido por títulos como 20.000 leguas de
viaje submarino (1954), Tora! Tora! Tora! (1970) o Conan, el destructor (1984).
Sin embargo, títulos que nos interesen por temática, tenemos un par de
películas basadas en hechos reales: The Boston Strangler (1968), en la que Tony
Curtis interpreta al estrangulador Robert de Salvo y 10 Rillington Place
(1971), basada en uno de los casos más escabrosos de la crónica negra británica.
Por su parte, el guionista, Brian Clemens, ya nos había echo estrmecernos un año antes, con el thriller And soon the darkness (1970).
Este subgénero del que ya tenemos otro clásico protagonizado
por la siempre maravillosa Audrey Hepburn, Wait until darl (1967), ha gozado de
buen salud en los últimos años con títulos como: Shut in (2015), Hush (2016) o
Don´t breathe (2016)… Este tipo de películas me suelen funcionar bastante bien
porque, a uno de mis géneros favoritos como es el Home Invasion, se le suma que
la víctima no tiene todas sus capacidades disponibles para defenderse de los
asaltantes. Al final todo este juego del gato y el ratón se acaba convirtiendo
en una fuente de superación para la víctima, que termina sacando partido de sus
habilidades más desarrolladas, para escapar del asesino.
Una de las cosas que más me gustó de I see no evil es que
refleja a la perfección, las limitaciones que tiene una persona ciega para
escapar de un asesino. En el caso de Sarah, vemos como su casa puede estar
plagada de cadáveres y ella no darse cuenta hasta que se choca con algún elemento
que está fuera de lugar o pisa algún cristal fruto del forcejeo. Pero lo peor
de todo, no esto, sino que cuando una persona intenta escapar de un asesino,
echa a correr sin volver la vista atrás y una persona ciega haría lo mismo,
pero luego se encontraría perdida y con dificultades para regresar a la
civilización. En ese sentido, la película transmite muy bien la angustia e
impotencia de la protagonista al encontrarse perdida en medio del campo, si
saber cómo encontrar el camino a casa.
La acción se sitúa en una casa de campo, en un pueblo parecido
al de Raw Dogs (1971), pero en Inglaterra. Gente humilde que vive del campo y de pequeños
trabajillos de dudosa legalidad. En este contexto, se encuentra la rica y delicada
Mia Farrow que aquí no nos ofrece la mejor de sus actuaciones. En ocasiones, se
la ve demasiado hábil manejando su ceguera recientemente adquirida y mirando
directamente a los ojos de sus interlocutores. Por lo demás, refleja a la perfección
la fortaleza de su personaje que quiere hacer todo lo posible por adaptarse a
su nueva situación y salir adelante, pero al mismo tiempo, transmite esa vulnerabilidad
y delicadeza que la caracteriza.
También cabría destacar la gran labor del director que emprende un
juego con el espectador, mostrándonos las escenas poco a poco, al mismo tiempo
que las va descubriendo el personaje de Mia. El asesino permanece en todo
momento en las sombras y sólo le reconocemos por las botas de cowboy que actúan como su particular distintivo. Todo esto produce una tensión y una empatía
hacia la joven que te mantiene enganchado durante todo el metraje.