¿Qué tal han ido esas
vacaciones? ¿Habéis aprovechado para viajar, descansar o ver mucho cine de
terror? Yo he tenido tiempo para todo y me he dado cuenta de que he visto más
películas de las que pensaba, pero no puedo relajarme estos meses si quiero conseguir el reto que me he propuesto en
twitter. Ver 365 cintas en 2016 es muy difícil, así que ¡a darlo todo! , jejeje.
Como sabréis, sobre todo
los que me seguís en mi cuenta de twitter, estoy sufriendo una pequeña fiebre
por el cine de terror asiático y es que cada película que descubro es una
pequeña joya, de esas que dan mucho que pensar tras su visionado y que te dejan
un mal cuerpo… Pues bien, para la vuelta de vacaciones os he traído una
película de vampiros coreanos que me gustó bastante y que está dirigida por el conocido director Chan-Wook Park.
Un sacerdote se somete a
un experimento médico que sale mal y lo trasforma en un vampiro. Esto modificará
sus hábitos de vida y sus necesidades, despertando en su interior un deseo
irrefrenable por la mujer de su amigo con la que iniciará una tormentosa
relación.
Chan-Wook Park es
uno de los directores más destacados e importantes de Corea del Sur. Dio el
salto al mercado internacional con la segunda parte de su trilogía de la
venganza, Oldboy (2003), que cosechó numerosos premios entre
los que destaca el Gran Premio del Jurado
del Festival de Cannes o el premio a la mejor película en el Festival de Sitges. De momento sólo he
visto la primera parte de esta trilogía, Sympathy
for Mr. Vengeance (2002) y me ha parecido una absoluta maravilla, así que
me tiemblan las piernas sólo de pensar en la experiencia tan alucinante que me
espera con Oldboy. La película que
hoy nos ocupa es la última que realizó en Corea antes de dar el salto al cine
norteamericano con Stoker (2013),
protagonizada por Nicole Kidman y Mia Wasikowska. Yo sólo os digo que
después de ver estas dos películas pienso darle un repaso a toda la filmografía
de Park de principio a fin, con
cortos incluidos y todo, porque hacía tiempo que no me impresionaban tanto los
guiones y la manera de filmar de un director.
La historia de cómo Chan-Wook Park concibió el guion de Thirst es un tanto curiosa ya que,
según apuntaba en una entrevista que concedió tras su estreno, la historia le
había venido a la cabeza hacía 10 años, incluyendo la famosa escena que aparece
en la carátula. Sin embargo, aparcó la idea durante un tiempo porque no se le ocurría
cómo desarrollar esta relación amorosa tan desgarradora y no fue hasta que cayó
en sus manos la obra de Emilie Zola, Thérèse Rasquin, que decidió fusionar
en su guion el libro y la historia de vampiros. Ya sabéis que me encanta
descubrir este tipo de historias, cómo guionistas y directores encuentran la inspiración
para sus películas. Creo que es algo mágico, nunca sabes dónde te puede estar esperando
tu “musa”…
Estrictamente hablando, Thirst no es una película de terror, es
la historia de un amor amargo y cruel protagonizada por un vampiro, que en su
vida como humano fue sacerdote. Así que os podéis ir haciendo una idea del
calvario y de los conflictos morales que le va a suponer a nuestro protagonista
el tener que matar para alimentarse de sangre humana (buenísimo el sistema que
usa para procurarse el alimento) o la lujuria incontrolable que siente por la
mujer de su amigo, un sentimiento que no había experimentado anteriormente. Kang-ho Song interpreta perfectamente el tormento que soporta
este sacerdote/vampiro, así como el amor y la pasión que siente por Tae-ju. El personaje al que da vida Song está construido de tal forma que
desde el primer momento empatiza totalmente con el público. Un sacerdote tan
bondadoso que se ofrece como voluntario para ser infectado con un nuevo virus
que ha aparecido en África, para que así puedan probar en su cuerpo un
medicamento experimental que hasta la fecha ha causado la muerte a todos los
voluntarios, no puede caerle mal a nadie, ¿no? Y si además, esta prueba le
provoca la muerte y convertirse en un vampiro durante el resto de su
existencia, ya nos rendimos totalmente a sus pies, jejeje. En cualquier otra
película, este personaje habría resultado extremadamente edulcorado, pero no en
una impregnada con el estilo de Chan-Wook Park. La otra componente de este tándem amoroso y, que en
muchas ocasiones eclipsa al mismísimo Song,
está interpretada por Oh-bin Kim. Encarna
a una pobre chica a la que su madrastra ha obligado a casarse con su hijo
enfermo, a la que tratan como una esclava y que verá, en su clandestina
relación con el sacerdote, una válvula de escape a su terrible vida.
La potencia visual con
la que Chan-Wook Park nos deleita en
esta película es espectacular, el contraste de colores, unas imágenes
bellísimas, unos efectos especiales utilizados con maestría y en su justa
medida, que no hacen más que potenciar el mensaje de esta historia de amor tan
atípica. Y no os penséis que la sangre escasea, que va, hay pequeñas dosis de
violencia extrema y sangre en abundancia como para satisfacer a los amantes del
gore.
Y si tengo que ponerle
algún pero a Thirst sería su
excesiva duración, 2 horas y 13 minutos, que creo que se podría haber reducido recortando
alguna escena pero, sinceramente, tampoco me molestó mucho porque la historia
me enganchó en todo momento.
Tanto
si os gustan los vampiros como si no, os recomiendo totalmente esta cinta porque
creo que tiene todos los ingredientes de una gran experiencia cinéfila. No os
dejéis engañar por su ritmo lento porque os estarán esperando algunas
sorpresas, giro de guion incluido, y un final tan poético que os dejará con la
boca abierta. Y no dejéis de disfrutar del arte de Chan-Wook Park porque es un verdadero regalo para las personas que,
como yo, amamos el cine.